Según Luengo (2004), la palabra Educación tendría su origen etimológico en dos conceptos: educere y educare. Educere significaría extraer del sujeto aquellas capacidades que le habilitan y la acepción Educare vincular al sujeto con la cultura a su alrededor. La práctica pedagógica que subyace a la acepción latina educare, se ha centrado en transmitir a los alumnos contenidos culturales para que se puedan adaptar a la sociedad y reproducir la cultura de esta, en tanto, la práctica pedagógica que subyace a su raíz educere, está centrada en potenciar las capacidades que tiene el alumnado para desarrollarse.
La primera práctica (educare), se relaciona con la idea de concebir a la educación como un mecanismo de control social, según Bourdieu y Passeron (1996) y Foucault (2003), desde donde los educadores presentan a sus alumnos las tareas validadas por el grupo de pertenencia, ejemplifican cómo los integrantes del grupo se desenvuelven ejecutando esas prácticas, con el único fin de ejercer la coacción social, en tanto, la segunda práctica (educere), según Morin (2003), puede ser entendida como una entrega de saberes para el desarrollo del individuo donde el educador crea las condiciones para que sus alumnos puedan reescribir su propio conocimiento con la finalidad de forjar en el individuo una personalidad plena y satisfecha de sí, de sus acciones y convicciones.
La educación como mecanismo de control, centra su interés en aquellas dinámicas organizacionales que el grupo dominante ha validado al interior de la sociedad y supone la existencia de un grupo de poder, que “a través de la denuncia de una legitimidad pedagógica, pretende asegurarse el monopolio del modo de imposición legítima” (Bourdieu, 1996, p. 57) con la finalidad de reproducir las relaciones de clase, inculcar, transmitir y legitimar una cultura arbitraria que les permita conservar su posición dominante. Bourdieu (1996) refiere que este objetivo es alcanzado gracias a que “la pedagogía implícita es indudablemente la más eficaz cuando se trata de transmitir saberes tradicionales…” (p. 88).
Por otra parte, la educación en cualidades humanas positivas ha cobrado fuerza estas últimas décadas debido a un constante proceso de ajuste derivado de las nuevas tecnologías, principalmente internet; presenta una cantidad de contenidos imposibles de ser absorbidos, como nuevas maneras y espacios en que se desenvuelve el ser humano, enraizando la necesidad de vincular al alumnado con otras aulas, con su entorno, y un mundo virtualmente globalizado.
En vista de aquello, Morin (2003), ha destacado la importancia de potenciar en el alumno la capacidad de reescribir el conocimiento desde aquello que le nace y no desde aquello que se impone, con miras a desarrollar una persona discerniente, plena y satisfecha de sí mismo, de sus acciones y convicciones, lo que implica reconocer la imperfecta existencia humana, un conocimiento amenazado por el error y la ilusión, y el hecho de que ningún ser humano puede conocer de la misma forma que otro.
La educación en Morin (2003), debe batallar contra aquellas ideas teóricas, doctrinarias e ideológicas, que se constituyen en un fortín de errores e ilusiones intelectuales, que se integran a la estructura lógica y actúan como escudos ante nuevos conocimientos. Debe dedicarse a identificar los orígenes de los errores, de las ilusiones y de las cegueras del conocimiento que se suceden cuando la mente es incapaz de diferenciar lo imaginario de lo real, cuando el cerebro construye una concepción del mundo exterior a partir de un mundo psíquico previamente concebido, cuando la mente logra engañarse a sí misma, cuando se construyen acontecimientos o se suprime un recuerdo en la memoria.
Por consiguiente, se debe permitir al alumno movilizar todas sus habilidades metacognitivas para construir un pensamiento propio, de modo que adquiera la capacidad de distinguir la naturaleza de las cosas, un pensamiento libre de las cegueras paradigmáticas que llevan a un individuo a conocer, pensar y actuar según los lineamientos del paradigma que gobierna su inconsciente, irriga el pensamiento consciente y le controla.
Para alcanzar esta meta, este fin último propuesto por Morín, los profesionales y asistentes de aula deben ir más allá de sus disciplinas y constituirse en agentes orientadores. El quehacer educativo no se reduce a una actividad formativa o Capacitación, es un proceso integrador.